Hace muchos años, según se iba acercando la Navidad, era tradición en el pueblo preparar la hoguera que ardería en la plaza en la Nochebuena. Una hoguera enorme (ríete de las fallas), que se alimentaba de todo lo que pudiera arder (y no fuera necesario en el pueblo). Para aumentar su tamaño todos, pero en especial chicos y chicas, todos los días, después de la escuela, bajaban del monte ramas, támaras, chaparras y todo lo que pudieran arrastrar.
Cuentan las crónicas que las llamas superaban con mucho la altura de los tejados, y que con las brasas que quedaban, todos llenaban los braseros unos días...
Nadie recuerda el origen de la tradición, pero es probable que cientos (o más) años atrás, nuestros tatara-tatara-tatarabuelos quisieran que la noche más larga del año, en la que parece que no va a amanecer al día siguiente, fuera un poco más corta (igual que en San Juan se encienden fuegos para que la noche más corta lo sea menos aún)
Lo cierto es que, más o menos, se ha ido manteniendo la tradición: la noche de Nochebuena, se hace una buena pira de leña, se pone un palo largo en el centro, el “gallo”, se le prende fuego y los vecinos, alrededor de la lumbre, cantan villancicos (bueno, ahora más bien no se canta nada), y se comparten unos tragos de sidra, para después ir a cenar y después acudir a la Misa del Gallo.
Durante años, la leña se recogía al atardecer, el mismo día 24... Los que estábamos por allí subíamos al monte con Tito al los mandos del tractor, cargábamos toda la leña que podíamos en el remolque y volvíamos subidos en lo alto de todas las ramas, aliagas y tamaruscos (para que no se cayeran por el camino), para montar la hoguera, esta vez fuera del pueblo, en las eras.
Hace algunos años, aprovechando el puentazo constitutivo e inmaculado, comenzamos a hacer la recogida “con” tiempo, aprovechando la mañana campestre para dar un paseo a pie o en tractor, mirar por si aún queda alguna seta (puede haber agradables sorpresas), limpiar algo el monte (lo que den de sí dos remolques), y hacer un improvisado “picnic” con lo primero que se pueda echar al zurrón (el vino, que no falte).
Así se asegura que el día 24 habrá combustible suficiente para que se vea la lumbre desde unos cuantos kilómetros...
Este año fuimos unos pocos “valientes”, desafiantes del primer frío invernal de la temporada. Como todos los años, nos echamos unas risas, unos tragos de vino, esta vez con queso, y cumplimos con la centenaria tradición de recoger leña “para asar la güeña” (quién pillara ahora una vuelta...)
Una vez más subimos en el remolque vacío, haciendo equilibrios saltando de bache en bache, por el camino del Tejar, y bajamos en lo alto del montón, apretando para que con los vaivenes (casi de náutica marejada a fuerte marejada) no se desparramara toda la leña por la Vega.
Tenemos, pues, un buen montón de leña esperando en las eras, que llegue la noche del 24. Nos falta el gallo, pero todo se andará. Y, llegado el momento... llegado el momento, ya contaré qué tal va la Nochebuena del 2006.
Cuentan las crónicas que las llamas superaban con mucho la altura de los tejados, y que con las brasas que quedaban, todos llenaban los braseros unos días...
Nadie recuerda el origen de la tradición, pero es probable que cientos (o más) años atrás, nuestros tatara-tatara-tatarabuelos quisieran que la noche más larga del año, en la que parece que no va a amanecer al día siguiente, fuera un poco más corta (igual que en San Juan se encienden fuegos para que la noche más corta lo sea menos aún)
Lo cierto es que, más o menos, se ha ido manteniendo la tradición: la noche de Nochebuena, se hace una buena pira de leña, se pone un palo largo en el centro, el “gallo”, se le prende fuego y los vecinos, alrededor de la lumbre, cantan villancicos (bueno, ahora más bien no se canta nada), y se comparten unos tragos de sidra, para después ir a cenar y después acudir a la Misa del Gallo.
Durante años, la leña se recogía al atardecer, el mismo día 24... Los que estábamos por allí subíamos al monte con Tito al los mandos del tractor, cargábamos toda la leña que podíamos en el remolque y volvíamos subidos en lo alto de todas las ramas, aliagas y tamaruscos (para que no se cayeran por el camino), para montar la hoguera, esta vez fuera del pueblo, en las eras.
Hace algunos años, aprovechando el puentazo constitutivo e inmaculado, comenzamos a hacer la recogida “con” tiempo, aprovechando la mañana campestre para dar un paseo a pie o en tractor, mirar por si aún queda alguna seta (puede haber agradables sorpresas), limpiar algo el monte (lo que den de sí dos remolques), y hacer un improvisado “picnic” con lo primero que se pueda echar al zurrón (el vino, que no falte).
Así se asegura que el día 24 habrá combustible suficiente para que se vea la lumbre desde unos cuantos kilómetros...
Este año fuimos unos pocos “valientes”, desafiantes del primer frío invernal de la temporada. Como todos los años, nos echamos unas risas, unos tragos de vino, esta vez con queso, y cumplimos con la centenaria tradición de recoger leña “para asar la güeña” (quién pillara ahora una vuelta...)
Una vez más subimos en el remolque vacío, haciendo equilibrios saltando de bache en bache, por el camino del Tejar, y bajamos en lo alto del montón, apretando para que con los vaivenes (casi de náutica marejada a fuerte marejada) no se desparramara toda la leña por la Vega.
Tenemos, pues, un buen montón de leña esperando en las eras, que llegue la noche del 24. Nos falta el gallo, pero todo se andará. Y, llegado el momento... llegado el momento, ya contaré qué tal va la Nochebuena del 2006.
Por cierto: ¡ESTOY ESPERANDO MÁS FOTOS!